miércoles, agosto 31, 2005

Un camerunés muere en la frontera entre España y Marruecos



Eran solamente tres metros. Justo la distancia que le separaba del suelo. Con él estaban decenas de compatriotas que soñaban con lograr una vida mejor al otro lado de la valla. Sería muy difícil que les pillaran a todos. Además, tenía unos guantes de albañil que había conseguido en un zoco a buen precio para que sus manos no se lastimasen cuando se agarraran a los pinchos que recubrían las vallas. Mientras imaginaba la vida que le esperaría al otro lado, a unos centímetros de distancia, uno se decidió a subir, otro también se atrevió... y le llegó su turno. Se apresuró antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo, ya lo era. La Policía había llegado. Veía como algunos de sus compañeros ya corrían hacia la libertad de un país, de una Unión Europea que le esperaba con persecuciones, con problemas para los inmigrantes, donde los derechos se transformaban en repatriaciones para los sin papeles. Sin embargo, cualquier vida sería mejor que en Camerún. De repente, recibió un disparo con una bala de caucho. Le impactó en el pecho. No podía continuar. Algo le pasaba. De repente, recibió más y más golpes. El momento de su muerte había llegado. La vida no podía ser más cruel con él. La libertad que ansiaba le había matado. Ahora sería una traba, un impedimento para todos aquellos que estaban pensando cruzar la valla en los días venideros. Al otro lado lo habían conseguido. Los otros 500 se habían dispersado. Unos en suelo español. Otros en suelo marroquí. Pero su cuerpo seguía ahí, en la valla, en medio de ningún país, en medio de ningún sueño, en medio de la nada, tan callado como los abusos y las violaciones de los derechos humanos que se cometen a diario. (más)